El jueves se disputó el partido clásico de Reserva entre Rosario Central y Newell’s. A puertas cerradas y en el Colegio Boneo como antesala del encuentro de primera división. Antes de finalizar el primer tiempo se vivió una, de tantas, situaciones que se ven cuando la pasión, el deporte y la incoherencia se unen.
Un chico (¿La camiseta?, no importa, puede ser de los dos, ninguno escapa a esta situación) estaba disputando un buen encuentro, manejaba los hilos de su equipo y ponía la suela sobre el balón. Sostenía desde el fondo y daba juego. Pero en esos ratos que te da la disciplina para buscar aire, él los usaba para mirar el entorno, claramente saliéndose del partido (en el cual estaba siendo fundamental para su club).
Gestos sobradores para sus rivales, insultos a otros jugadores y los allegados situados al borde del campo. Conductas inconscientes propiamente de un pibe. La pelota corría y cada vez más se acentuaban sus agravios.
Hasta que decidió ir por más. En un cruce con un rival que terminó en lateral, intentó escupirlo sin que el árbitro lo viera, como se dice “de pasada”. Por suerte para el espectáculo, la agresión terminó en el suelo y no en la ropa de otro. Jugada siguiente, el jugador en cuestión sufre un caño y corriendo de atrás comete una infracción que termina en penal.
En definitiva, el punto no es el accionar de el jugador en sí y tampoco lo es “caerle” a este futuro deportista. Son líneas para exponer un contexto y hablar de su entrenador.
Tras el pitido del penal, el DT parado junto a la línea buscó a un compañero y marcó el cambio. El infractor salió y se sentó a esperar el fin del primer tiempo. Al regreso del juego, se lo pudo ver vestido en su totalidad con indumentaria del club, campera, pantalón y zapatillas sport. Quedó afuera, en el entretiempo de un clásico.
La actitud que queremos destacar es la del técnico (educador de ahora en más). El chico había cometido actos alejados a un deportista, alejados a un futbolista que defiende una de las dos camisetas más importantes de la ciudad.
Escupir o insultar hacen que las posibilidades del jugador (que técnicamente están) sean escasas para progresar. Además del plano deportivo, un atleta tiene que crecer en valores, respeto por sobre todo. Ante todo, hay que formar personas.
El educador fue claro. Con comportamientos así no puede jugar. Si tanto ama la actividad y esta lo apasiona aprenderá, no lo repetirá y pensará dos veces antes que los impulsos le ganen (algo difícil dentro de la vorágine de un partido clásico). Si no, quedará afuera un pibe que, más allá de mostrarse muy bien dotado de aptitudes deportivas, hace que el ambiente se torne, cuanto menos, tóxico.
Se espera ver mucho más seguido posturas como la del educador. Corrió el futsal y poco le importó el gran trabajo del chico dentro del campo de juego como para poner en prioridad la enseñanza.
En el deporte no se gana siendo prepotente, no gana el más kapanga. Gana el más inteligente, el que utiliza los recursos de mejor manera. Escupir e insultar forman parte de una “cultura del aguante” y el entrenador educador, con su medida, busca erradicar esa mal llamada “cultura”.
Imperiosamente es necesario que esto pase porque algo tan lindo como una pelota no tiene ni puede estar manchada por actuaciones como las expresadas. Los clásicos entre Central y Newell’s, sea la actividad que sea y en la categoría que se te ocurra, se juegan a puertas cerradas a causa de descerebrados. Estos no deben estar, ni afuera ni adentro de la cancha. Son los de dentro, los que hoy también tienen que educar a los que gritan, sanamente, desde las tribunas.
Mientras se escriben estás palabras, no se puede dejar de pensar en el contexto “tóxico” en el cual vive el jugador para que llegue a tener estás manifestaciones. Y rápidamente hacen su aparición los clubes y su labor social y deportiva. Los cuales buscan, junto a los educadores, contrarrestar actitudes que hoy pasan dentro de un terreno de juego pero, claramente, trascienden a la sociedad.
Como redactor de Cuna del Futsal, y con todo atrevimiento, habló en nombre del medio: celebramos el trabajo del entrenador, que leyó la situación por encima de un resultado deportivo en un partido importante. Gesto poco visto cuando de clásicos se habla y cuando en la mayoría de los partidos, de esta índole más que nada, prima el ganar antes que el educar.
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